Hace dos fines de semana decidimos ir a visitar el famoso Yosemite Park, que queda como a tres horas en auto desde Pleasanton (que es el pueblito en el que estamos viviendo ahora).
Llegamos allá con muchas expectativas, sin saber muy bien de qué se trataba. Es realmente enorme y el paisaje es sobrecogedor. Grandes y rocosas montañas con extrañas formas, muchos bosques, ríos y caídas de agua (obviamente que con su correspondiente velo de la novia... no podía faltar, de lo contrario no es digno de llamarse PARQUE)que se diluían con el viento.
El pero... como dijo Marco... el parque estaba más lleno que estacionamiento de mall en navidad. Horrible. Había que darse millones de vueltas para encontrar un lugar donde dejar el auto. Y los senderos, no tienen esa rusticidad de los parques del sur de Chile, donde uno se interna en medio de la selva y hay que cuidar los pasos para no resbalarse en el barro. No, acá los gringos tienen senderos de cemento y habilitados para sillas se ruedas y tampoco hay que extrañarse al encontrar adentro restoranes y supermercados.
Pero es esa soledad de los parques del sur la que más se extraña. En el Yosemite había que pelear con toda clase de turistas ya sea gringos, chinos, indios, árabes, españoles, etc para tener una buena vista para sacar la foto; armarse de paciencia con los tacos peatonales y quedar con las ganas de mirar en silencio el paisaje para escuchar el sonido del agua, el viento entre los árboles y el canto de los pájaros.
Cuando ya estábamos dejando el parque ,de pronto vimos a unas personas que algo miraban en el camino. Estacionamos el auto y nos devolvimos rápido para ver de qué se trataba. Y ahí estaba... cruzando la calle temeroso... un hermoso oso negro, de tamaño pequeño. La gente se empezó a acumular y él parecía no entender tanto barullo. Olisqueó unas cosillas por aquí y por allá y el ruido lo hizo internarse en el bosque después de un rato.
Y después de todo nos fuimos muy felices de vuelta al hotel.
Llegamos allá con muchas expectativas, sin saber muy bien de qué se trataba. Es realmente enorme y el paisaje es sobrecogedor. Grandes y rocosas montañas con extrañas formas, muchos bosques, ríos y caídas de agua (obviamente que con su correspondiente velo de la novia... no podía faltar, de lo contrario no es digno de llamarse PARQUE)que se diluían con el viento.
El pero... como dijo Marco... el parque estaba más lleno que estacionamiento de mall en navidad. Horrible. Había que darse millones de vueltas para encontrar un lugar donde dejar el auto. Y los senderos, no tienen esa rusticidad de los parques del sur de Chile, donde uno se interna en medio de la selva y hay que cuidar los pasos para no resbalarse en el barro. No, acá los gringos tienen senderos de cemento y habilitados para sillas se ruedas y tampoco hay que extrañarse al encontrar adentro restoranes y supermercados.
Pero es esa soledad de los parques del sur la que más se extraña. En el Yosemite había que pelear con toda clase de turistas ya sea gringos, chinos, indios, árabes, españoles, etc para tener una buena vista para sacar la foto; armarse de paciencia con los tacos peatonales y quedar con las ganas de mirar en silencio el paisaje para escuchar el sonido del agua, el viento entre los árboles y el canto de los pájaros.
Cuando ya estábamos dejando el parque ,de pronto vimos a unas personas que algo miraban en el camino. Estacionamos el auto y nos devolvimos rápido para ver de qué se trataba. Y ahí estaba... cruzando la calle temeroso... un hermoso oso negro, de tamaño pequeño. La gente se empezó a acumular y él parecía no entender tanto barullo. Olisqueó unas cosillas por aquí y por allá y el ruido lo hizo internarse en el bosque después de un rato.
Y después de todo nos fuimos muy felices de vuelta al hotel.
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